PERSONALES

 

 

Conciencia Impura

Multitudes

 

 

MULTITUDES

 Odio las multitudes. Siempre corro el riesgo de encontrarlos nuevamente. Los colectivos son lo peor, no me dejan salida, indefectiblemente mis ojos chocan con alguna mirada, con alguna vida, el encuentro es inevitable y penetro aún cuando no quiero hacerlo, a través de la gran ventana de sus ojos.

Una vez incluso llegue hasta una vida pasada. Hay momentos hermosos como el nacimiento, sentir lo que siente un feto en el seno materno es una sensación incomparable. Otros momentos en cambio, son muy horribles, como las muertes, en especial aquellas que no son naturales, donde siempre hay dolor.

Cuando las “inmersiones” suceden yo entro como en un trance que me succiona irremediablemente. Cuantas veces he debido bajarme hasta veinte paradas luego de la mía, hasta que el inconsciente de la persona inmersa, despertaba de la parálisis en que la “inmersión” lo había sumido, desviada la mirada y lograba cortar el trance, ya que una vez que comienzo la inmersión es muy difícil detenerme, controlarme, parar...

Por ello odio las multitudes nunca dejan salida, no se puede escapar. El método que  usualmente utilizo es fijar la mirada en algún punto de la pared, en alguna gris línea que retorcidamente atraviesa algún obtuso ángulo de los que siempre suelen encontrarse en los recovecos, pero bueno cuando hay tanta  gente encontrar un hueco se torna extremadamente difícil, y cedo...

Pero siempre está latente el miedo. Miedo de encontrarme con ellos, aquellos ojos como los míos, pero tan llenos de malignidad  que antaño encontrara, que antaño me recorrieran, me expurgaran, me hicieran objeto de una cruel reinmersión,  en donde vi quien realmente yo había sido... quien realmente yo era. En donde supe que jamás me libraría de aquellos ojos que reencarnación tras reencarnación, me condenaban vilmente.

Es así como  trato de evitar mi trágico final, cuando al fin mi cruel amor logre otra vez encontrarme y pueda concluir lo que aquella vez no pudo.

Y he aquí la breve historia de porqué odio a las multitudes.

 

Conciencia Impura

Desde aquella fatídica noche, aquel sueño se había ido repitiendo cada vez mas seguido y más violento. Cada vez más amenazante. Fue una fría tarde de mayo fue una broma, ninguno había tenido la intención de asesinarlo. Solo era un juego de adolescentes. Habían ido al cementerio de la Chacarita, estaba todo preparado, iban a jugar una apuesta a ver quien era tan valiente como para meterse por unos minutos a un ataúd vacío. Juan sería el primero siempre lo era, no soportaba que le digan cobarde. Así que cuando lo hiciera, cuando se introdujera dentro de la tumba, se la cerrarían por fuera de modo fue no pueda salir. Lo dejarían desesperarse por diez minutos y luego lo liberarían. A ver si luego de esto podía decir que a nada él le tenía miedo.

Así lo hicieron. Se quedaron cerca del lugar tomando cervezas hasta que la hora se pasara pero... el alcohol durmió a unos y atonto a otros hasta tal punto que se olvidaron del pobre Juan. Cuando lo sacaron, una hora y media después, atónitos comprobaron con horror que Juan había muerto. Estaban todos impactados, no podían creerlo. Lucas rompió en un llanto histérico, era el que más remordimiento tenía y al que más le afectó lo sucedido. El no quería dejarlo ahí, no quería...pero ellos eran mayoría...Juan desapareció para la sociedad, nadie nunca mas supo de él.

El día en que los que voy a relatarles sucedió fue el aniversario de la muerte de Juan. Exactamente un año después.

Era una noche fría. El viento arremetía contra puertas y ventanas. La luz lúbrica y blanca del astro de plata, se vertía lentamente por el cuarto.

Esos ojos...Esos ojos grises lo miraban. Se clavaban en su mente, la acuchillaban. Cada vez que Lucas cerraba los ojos, ellos estaban ahí, reprochándole, acusándolo. La luna se apagó y la oscuridad cubrió el espectral ambiente con su mortífero manto. La respiración de Lucas cada vez era mas agitada, su corazón latía con violencia; tanto que parecía quería liberarse de la prisión del cuerpo. Lucas abrió repentinamente sus ojos, estos estaban desencajados, su rostro estaba pálido y demacrado, temblaba y sudaba.

-¡Basta! ¡Déjame tranquilo! ¡Te voy a matar! ¡Voy a hacer que desaparezcas! ¡Hasta presente maldita bestia!  - Fueron las únicas palabras que Lucas dijo aquella fatal noche.

Rápidamente se incorporó del lecho, se quedó inmóvil por unos minutos y luego giró brusca y casi instintivamente su rostro hacia un punto de la habitación y ¡los vio!  Avanzó contra ellos con toda su furia.

A la mañana siguiente encontraron el cuerpo de Lucas Weisler de 22 años, tendido en la negra alfombra de su habitación sobre un charco de sangre, con miles de esquirlas y fragmentos de vidrio incrustrados en su rostro y todo su cuerpo, producto del impacto contra el enorme espejo del cuarto sobre el cual se estrelló. Aún, estaba vivo, si a eso se le puede llamar así. Estaba como en trance no hablaba ni nunca mas lo hizo. Había matado a la bestia. Se había matado. Le diagnosticaron esquizofrenia y fue internado en el Borda.